Enero, ese mes que el común de los mortales empeña en enunciar buenos propósitos. Sin embargo, y mientras tanto, los contables dedican el mes al ejercicio de cierre del año, que consiste en cuadrar cuentas y saldar las facturas pendientes para presentar resultados y números definitivos a las altas instancias.
En mi vida anterior, trabajaba en una empresa con un solo propietario y el cierre ocurría allá por febrero, a tiempo de tenerlo listo para la hacienda pública. Aquello ocurría con cierta lasitud. Se dejaban hasta "huecos" entre facturas para algunos apaños (nada ilegal, todo hay que decirlo: ocurre que a veces un cliente importante te pide que algo se lo cargues al año recién terminado porque así le conviene para sus resultados).
Sin embargo, cuando la empresa para la que trabajas está participada por otras, hay que presentar las cuentas mucho antes para que, a su vez, los propietarios puedan cerrar las suyas.
El cierre del año es reconocible por sus síntomas estacionales, como la caída de la hoja o el amarilleo del ruezno. Los contables se preparan con buenas vacaciones en Navidades e imprimiendo balances aprovechando la calma de las fiestas: les esperan algunas noches y tardes sin salir ¡en plenas rebajas! Tamaña abnegación pasa despercibida, aunque diurnamente es una temporada reconocible en cualquier oficina porque el personal de administración va de un sitio a otro pidiendo facturas y reclamando papeles. Puedes notarlo porque los jefes de proyecto van y vienen entre las impresoras, rebuscan papeles, celebran de pie microrreuniones, preguntan por las horas que se metieron en tal y cual proyecto y en general andan incordiando a todo el mundo. Las chicas (habitualmente lo son) de la contabilidad andan persiguiendo a toda aquella persona con potestad para endosar facturas a los clientes y, especialmente, a aquellos que recurren a proveedores y suelen olvidar pasar la factura que el contratista les manda.
Así pues, nuestros resultados van subiendo en espiral hacia el limbo de los poderosos en un carrusel de papelitos que encajan en un grandioso puzle. Enunciemos pues, el principio del vallasaje recursivo:
Cuanto antes cierren el año en tu empresa, más anidado está tu vasallaje.
En la práctiva, este principio del vasallaje recursivo tiene aplicación para barruntar maniobras y cambios y para practicar una suerte de antropología simple pero divertida.
Una página colectiva y ecléctica para comentar y apuntar cosas.
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http://tira.escomposlinux.org
La tira ecol ha vuelto.