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Cómo pasó (una cadena de suposiciones piramidales)

Escrito por (A) El Malvado Acidonitrix , Lunes 19 de Enero de 2009
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Archivado en: La crisis , Vida cotidiana

¿Lo sabían o no lo sabían? No podemos afirmar nada, pero, en un ejercicio de imaginación, podemos hacer unas cuantas suposiciones.

Mucho después, la gente dijo que no se imaginaban cómo podían haber caído en un engaño tan viejo y evidente, pero en ese momento nadie pensó en ello. La historia pudo empezar una mañana de mayo en un exclusivo club de golf. En la terraza de la cafetería, dos hombres hablaban de negocios, y en las mesas aledañas, dos personas más escuchaban con atención indiscreta.

- ¿Y cuánto dice usted que lleva este producto en el mercado?-pregunta Roger Valmoral (nombre ficticio).
- Seis meses y medio, y la rentabilidad garantizada es del 15%, si bien está llegando al 21,5%-responde Amadeo Quincoces (nombre ficticio).

Sobre la mesa, Quincoces utiliza un ordenador portátil para mostrar los datos. Mueve las manos con soltura y está muy relajado. No parece que esté vendiendo nada, no se muestra ansioso por cerrar la operación que tiene entre manos. Amadeo Quincoces es un broker, un representante de unos álguienes, y está mostrando su producto, un producto financiero, en lugares y a personas selectos.

Roger Valmoral, 45 años, no presta atención al ordenador. En sus manos sostiene, sin embargo, un dossier impreso en papel caro, encuadernado con hilo en una carpeta de cartón reciclado que lleva un discreto logo en relieve. Estudia detenidamente las cifras y muestra la excitación de un tratante de perlas. Esto es, ninguna.

-Bueno, entonces, ¿está usted interesado?-dice Quincoces.

Valmoral devuelve el dossier a un pulcro sobre de papel verjurado rígido como una tabla, y mira pensativo.-Quince por ciento, repite para sí.
-Garantizado por escrito-recalca Quincoces. Se retrepa con parsimonia en su sillón de mimbre, saca un cigarrillo indonesio y lo enciende con una cerilla de madera. En la quietud de la mañana soleada, el fósforo fulgura. Quincoces lo agita con displicencia para que se apague y entrecierra los ojos, disoluto, envuelto en una nube de humo con olor a clavo. El fósforo tintinea cristalinamente en un cenicero. En el campo se oyen, de tanto en tanto, los golpes de los golfistas, y nada más.

Observemos a Valmoral. Él mira a Quincoces, los dos se sostienen la mirada un buen rato, y podríamos imaginar que entre los dos flota un fantasmagórico quince por ciento en times new roman de color blanco, resaltando rotundamente la cuestión. Valmoral está pensando, hace rápidos cálculos. "Piramidal", dice para sus adentros, "es una estafa piramidal como una casa, y lleva, veamos, lleva según él medio año, pero puede ser uno tranquilamente si han cambiado el nombre del producto, un par de intermediarios, nuevos, etcétera". Valmoral decide que el riesgo es asumible, mientras sigue sosteniendo la mirada de Quincoces.

No muy lejos hay dos personas que están escuchando atentamente, y que en un momento u otro se acercarán a Valmoral para participar. La primera es Elisabeta Ansaldo (nombre figurado). Está camuflada entre unas cuantas matronas ociosas que intentan matar el tiempo, pero sería un error minusvalorarlas, un grave error. Elisabeta tiene cincuenta años, y aunque poca gente lo sabe, no es una rica heredera como parece ser vox populi. Es una mujer de negocios, crecida desde la nada, y multimillonaria. Elisabeta no ha podido oir toda la conversación, pero ha captado lo necesario. Al igual que Valmoral, está convencida de que se trata de una estafa piramidal, y ya ha decidido que, de todas formas, va a entrar. Desde el punto de vista de Elisabeta, las normas y regulaciones están para usarlas, se han hecho para eso. Y si un ejercicio de creatividad permite deformarlas, es porque están diseñadas con tal intención, los creadores de las normas lo hicieron sabiendo que serían empleadas de esa forma. No es su problema que, en algún momento, el asunto reviente. El que se mete, lo hace a sabiendas. Sea como sea, entrará con prudencia.

Un poco más allá, escondido tras un periódico, un joven caballero de treinta y pocos ha conseguido escuchar bastante más que Elisabeta. Sin embargo, Jürgen Dexter (nombre figurado) no se ha dado cuenta de lo que se cuece. En realidad, es un buenazo, que está en los negocios por una cuestión de familia. Un poco... inane, pero especialmente inconsciente. Si fuera una persona corriente, nadie le dejaría hacer su trabajo en el banco, pero como quiera que proviene de un ambiente en el que las relaciones son primordiales, su impresionante pedigrí y agenda de contactos le convierten en un engranaje de la maquinaria. La familia Dexter es uno de esos clanes tranquilos que jamás han dado que hablar, y tenerlos de compañeros de viaje constituye una especie de aval impresionante.

Jürgen cree haber localizado un chollo, y piensa ir enseguida a contárselo a media docena de personas que podrían sacar beneficio. El aval de Jürgen será suficiente para que entren, y él mismo meterá medio millón de euros. Realmente está pensando en el favor que estará haciendo a esas personas y el agradecimiento que recibirá. Piensa en un par de frases hechas con las que quitar importancia a sus méritos cuando le den las gracias dentro de un año, y se imagina ya la escena en, digamos, un cóctel o, mejor, en el descanso de la ópera. Su satisfacción es tal, que hasta está pensando en un par de organizaciones caritativas a las que trasladar la noticia. El pobre Jürgen está tan contento que se levanta sobresaltando a Amadeo Quincoces, y se marcha silbando, con paso firme, mientras en su cabeza amplia la lista a doce amigos y tres ONGs.

Lo bueno de las piramidales es que los primeros se forran. De su lectura del dossier, Valmoral ha retenido un par de nombres que luego tiene que contrastar, pero sabe que esos nombres hacen que el producto sea confiable, porque tiene el visto bueno de las autoridades. Un 15% garantizado, pase lo que pase, en un momento bueno de la economía. La gente está ganando tanto dinero que nadie tiene tiempo de preguntar, y la cosa seguirá así hasta que el dinero falte y la gente quiera sacarlo.

Valmoral piensa que, para que el asunto perdure, necesita atraer gente. Realmente, es una especie de robo: como quitar el dinero a tus conocidos, pero sin que estos se den cuenta. Ellos creen estar invirtiendo en un fondo, pero, en un ejercicio anonimizador, pasa por una especie de caja negra que borra el rastro y llega a tus manos. Te lo montas bien, metes algo de dinero de forma pública y dejas que te coja la debacle. Así te declaras estafado. Pero por detrás, a través de una sociedad, inyectas la mayor parte, y lo retiras a voluntad.

Valmoral se ha preocupado de pronunciar algunos datos en voz alta para que Jürgen los oiga, y cree posible que Elisabeta haya podido oír lo bastante. Pero lleva un rato pensando en unas cuantas personas. Por ejemplo, Miguel Campocobre (nombre ficticio). Ese canalla que le levantó a la mujer, y Valmoral lleva seis años esperando a que se enfríe el plato de la venganza. ¡Es el momento!

Campocobre no está presente. De toda esta fauna, es el único que merece la pena. Aunque el divorcio Valmoral le salpicó, no es verdad que se acostara con la mujer de Valmoral, porque es un tipo que no traspasa ciertas líneas. Es un tipo honrado, serio, pero está acuciado por las deudas, y seguramente entre a sabiendas de lo que hay, jugando con su dinero, esperando no perder. No piensa invitar a nadie más. El daño ya está hecho, y no podrá hacer nada por los que han entrado, pero al menos intentará prevenir a algunas personas. Pero Miguel necesita aumentar su dinero contante dentro de dos años, y necesita un milagro. Este puede ser el milagro.

Valmoral se levanta. Quincoces se levanta. Se estrechan las manos. La semana que viene le llamo y cerramos los detalles. Estaré esperando. Los dos se separan. Valmoral se llega hasta el bar del club, donde se topa con Jürgen, que sale de un reservado con el móvil en la mano y una sonrisa de oreja a oreja.

-Jürgen, coño, contigo quería hablar. ¡Tengo un negocio que igual te interesa!


(Todos los diálogos, descripciones, nombres y personajes son imaginarios. Jamás he estado en un club de golf).



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